UN PUEBLO APARTADO

Creer que la unidad o integración cristiana no se logrará, es admitir que Jesucristo, que tanto la anhelaba, fracasó (Jn.17.21). Mal haríamos en creer que esta unidad deseada por el Rey Jesús consiste en que todos sus súbditos piensen exactamente igual hasta en los más mínimos detalles de todo el contenido de las Sagradas Escrituras. Sería una unidad enteramente intelectual pero desprovista de todo realismo.

    En lenguaje alegórico, la puerta de entrada al redil de las ovejas (Reino de Dios) de nuestro buen pastor, Jesucristo, es la aceptación de su Obra y soberanía; ello necesariamente implica obedecer el mandamiento que ordenó a través del apóstol Pablo (1-Co.14.37), y que da a su palabra un carácter consecuente en su contexto con la realidad. Ese mandamiento básico en la consolidación del Reino de Dios en su actual etapa de desarrollo, es 2-Co. 6.14-18 y 7.1.:

     “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque, ¿Qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no taquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso. Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.”

    Aquí  se nos exhorta de manera clara y contundente a NO hacer compromisos de asociación con personas que no pertenezcan al pueblo de Dios. Lo que principalmente se busca, lo dice en el 7.1, es evitar la contaminación que produce un mundo corrupto y apartado de Dios que estorba el perfeccionamiento de la soberanía divina en nuestras vidas individuales y de comunidad.

   Ahora bien; una cosa es asociarse, y otra bien diferente es juntarse. El apóstol Pablo declara: “Os he escrito por carta, que no os juntéis con los fornicarios; no absolutamente con los fornicarios de este mundo, o con los avaros, o con los ladrones, o con los idólatras; porque en tal caso os sería necesario salir del mundo.  Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis.”(1-Co.5.9-11).  El mismo Maestro se juntaba con los pecadores, pero no se asociaba con ellos (Mt.9.11-13).

   Algunos creyentes que aún no conocían la voluntad de Dios al respecto, o que todavía no habían reflexionado acerca de la enorme importancia y trascendencia que este asunto implica, se pueden sentir acongojados por el hecho de que siendo, como cristianos, llamados a participar de este Reino, aún están haciendo empresa, deporte, etc. con gente que no es pueblo de Dios, personas que no hacen parte de la “santa nación.” (1-P.2.9).

   Tales creyentes deben aprovechar los sabios e inspirados consejos del  apóstol Pablo, que dijo: “Cada uno en el estado en que fue llamado, en él se quede. ¿Fuiste llamado siendo esclavo? No te dé cuidado; pero también, si puedes hacerte libre, procúralo más. Porque el que en el Señor fue llamado siendo esclavo, liberto es del Señor; así mismo el que fue llamado siendo libre, esclavo es de Cristo. Por precio fuisteis comprados; no os hagáis esclavos de los hombres” (1-Co.7.20-23)

 

 

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